martes, 25 de febrero de 2020


Mitología de la Coordillera Andina de Mérida
Cosmogonía de los encantos 
Orlando Escalona


La Danza de Chía y Zuhé (bronce, 48 cms. 25 Kgs.)
Nidia Castrillo


El cuento que le voy a contar ahora mi querida nietecita Mave, tiene que ver con nuestros inicios. Hace mucho, pero muchisísimo tiempo que eso pasó, no sé hace cuántos segundos, como dice el profesor de su escuela que le contó a vusté la mesma historia con su ojo de persona leída. Yo le digo que eso pasó hace muchas lunas, cuando el sol no era sol ni la luna era luna, cuando no había nada, ni siquiera luz, menos nosotros. Ellos me lo contaron toitíco, cómo se enteraron ellos, los encantos, pues por sus encantos padres originarios. Esos sí son los que saben la verdad del asunto, de todo lo que vusté ve por allá y por acá, lo que ve en pleno día y lo que alcanza a medio ver de noche. Arrime pacá esa banca porque la conversa va ser larga, vaya y busque su ruana y su gorro de lana y me trae una mascada de chimú, y me le dice a su nona que nos prepare un chocolate bien calientico, pa sobrellevar esa ventisca tan fría que nos mandó la sierra. Pareciera que se enteró la muy muérgana de que vamos a hablar de ella. Aquella vez que me perdí, ellos me lo contaron todo… 

Fue entonces cuando Ufrasio se enteró de la verdad de los encantos -divinidades originarias, dioses de los andes- y la creación del mundo. Que en los inicios de los tiempos, ni la nada existía, ni materia ni luz, sólo Suhé y Chía, los encantos padres, en armonía y perfecto equilibrio con lo inexistente. Cansados de tanto vivir en el mismo estado de perfección donde nada sucedía a no ser por la intervención de ellos mismos, decidieron un día crear al Universo. De Suhé surgió en lo alto, el sol, y más allá, de Chía, emergió la luna; ambos repletos de mucha luz y energía. Tiempo después, la luna y sol se separaron, y la luna pasó a ocupar el espacio del oscuro firmamento; pero un firmamento así carecía de magia, con sólo dos cuerpos aislados flotando y vagando en sus profundidades. En consecuencia, el dúo de dioses decidió hacerse de la compañía de otros cuerpos, y con sus creativos pensamientos le dieron vida a las estrellas y otros cuerpos celestes. Todo era muy tranquilo, nada sucedía, nada se movía en la armonía universal ya existente, nada, absolutamente nada, cada objeto ocupaba el lugar donde apareció sin posibilidad de moverse, nada le ocurría, existía una absoluta tranquilidad en todo lugar donde permanecía una estrella titilante. Un universo así requería de dinamismo, por lo que Zuhé y Chía decidieron crear algo que les impregnara movilidad, algo que permitiera la interacción entre los cuerpos existentes, que les facilitara el intercambio de información sin necesidad de contacto directo. Algo que les posibilitara el acercamiento y el alejamiento para juguetear entre ellos, para, reunidos, formar sistemas más complejos. Fue cuando Shía dijo: hágase la gravedad con el don de la atracción. Zuhé, con su energía, le otorgó concreción a sus pensamientos, y las estrellas del cielo se aglomeraron y formaron constelaciones con diversos dibujos. Algunos de tales modelos estelares, con formas de montañas y picos, los replicó por estos lugares, y fue cuando aparecieron las dos sierras ondulantes que observamos a lo largo de la cordillera andina. Todo permaneció seco y árido por una larga temporada, nada se movía, ninguna roca rodaba desde las cúspides de los elevados picos de las montañas. Todo se mantenía en el más absoluto equilibrio. Dijo Zuhé que era hora de propiciar las condiciones para la creación de los primeros seres perecederos, que nacieran y se desarrollaran con límite de existencia. Consideró conveniente crear un elemento fundamental para el mantenimiento de la vida, y de un fugaz pensamiento se formó una gran laguna en la alta montaña, y lo mismo hizo Chía con una laguna más pequeña; y crearon al mismo tiempo los encantos hijos para sus resguardos. Las lágrimas de las lagunas rodaron por las laderas de la montaña formando arroyos y ríos. Luego Zuhé se encargó de darle más movilidad al agua, y la bañó con su brillante e intensa luz para evaporarla hasta conformar las nubes; y apareció la lluvia con su respectivo encanto hijo, quien pinceló al cielo con vientos, trueno, rayos y relámpagos; y desplegó el primer arcoris con todo su esplendor visual. Dicen que algunos encantos se llevaron los relámpagos a las lejanas tierras llanas por donde se oculta Zuhé, allá donde se reúnen las lágrimas rodantes de las lagunas y forman el inmenso lago resplandeciente que desconoce la oscuridad, donde no existen sombras definidas. Con la lluvia empezaron a brotar las primeras plantas y se estableció el mundo vegetal. 

A medida que aparecía el mundo, los encantos padres iban creando a los encantos hijos a sus medidas y figuras, para resguardo y control de la madre natura. 

Y así se desarrolló y mantuvo el mundo en el transcurrir de los tiempos, en plena armonía con los encantos hijos conservando ríos y lagunas, bosques y montañas de los páramos andinos. En la madre tierra se establecieron condiciones de equilibrio controlado por la acción de los encantos, donde todos sus elementos interactuaban como un sistema único integrado, y donde los componentes primigenios tierra, agua, aire y fuego cumplían con la función que le correspondía asumir sin desmedro de los demás. Los encantos hijos deambularon largas lunas por las serenas y frías lagunas, por los húmedos bosques nublados y los desérticos y helados riscos de la nevada sierra; y sintieron la necesidad de crear los primeros seres vivos para el mundo establecido, y con el poder asignado por sus encantos padres, crearon osos frontinos para controlar la hierba alta, venados para la hierba baja, conejos, ardillas y lapas para las especies más pequeñas y ratones musaraña para el herbaje más diminuto. Y éstos empezaron a crecer en tal cantidad que fue necesario preservar la vegetación; y por eso crearon zorros y cunaguaros, y luego serpientes y escorpiones; también a la pava, el paují copete de piedra y la cotorra. Las mariposas y los pájaros creados, pincelaron tanto los colores de los bosques y las montículos, como sus cantos acompañaron al rumor del viento y los arroyos, que apareció el águila y el gavilán; y así siguieron creando seres y su respectivo controlador, hasta que el número de especies fue tan grande que unas con otras se auto regularon hasta establecerse el equilibrio ecológico. Fue cuando la comunidad de encantos hijos se dio cuenta que ya no hacía falta su intervención y que el mundo estaba al fin completamente configurado, y funcionando como debía. Se reunieron y optaron por crear a su semejanza aproximada, los últimos seres que faltaban: la mujer y el hombre aborigen. Los crearon mortales e imperfectos pero con inteligencia, con el potencial sicosocial requerido para pensar y solucionar problemas de su entorno inmediato, para generar productos de uso en la comunidad y con la capacidad de planificar sus vidas en tiempos venideros. También fueron preparados para desarrollar su mundo espiritual, para convivir, compartir y sentir admiración ante los fenómenos producidos por la madre natura; para interpretarlos y aceptarlos bien como obsequios o reprimenda, o castigo de las deidades, según fuera el caso. Y además, con el grado de conciencia suficientemente desarrollada para respetar y valorar a los demás seres de su entorno, vivos o inanimados, como seres hermanos. Por último, los facultaron con la capacidad de participar en experiencia oníricas cuyas interpretaciones les permitiría implementar otro código de comunicación con ellos, y empezó a establecerse el mundo mágico espiritual de nuestros primeros ancestros andinos. 

Los primeros pobladores de estas tierras andinas respetaban a plenitud los preceptos impuestos por los encantos y el mundo vivió en armonía y equilibrio, hasta que algo ocurrió. La intervención externa influyó tanto que empezó a perturbar el equilibrio social alcanzado. 

Los pobladores originarios de estas tierras en su intercambio de mercancías con otros habitantes de las tierras bajas del gran lago, empezaron a consumir una extraña sustancia que le daba un agradable sabor a la comida preparada: la sal en granos. Con esa sustancia llegaron otras costumbres importadas que generaron conflictos sociales; la sal consumida en exceso cambió el metabolismo de muchos pobladores, y por ende, la salud. A partir de ese momento, los encantos hijos rompieron con nosotros y se retiraron hacia sus propios espacios sagrados que quedaron prohibidos de visitar. Y se desencadenó toda una serie de males –enfermedades mortales, intensos veranos y copiosos inviernos- en las aldeas, que requirió la decisión urgente de nuestros piaches de buscar un nuevo acercamiento con los encantos hijos. Así nacieron los mohanes, cuidadosamente preparados para interactuar con ellos. En eso mesmo ando yo, mi querida Mave, y en esas mesmas lidias andará vusté muy pronto. Aunque hay algo más, pero eso no se lo puedo mencionar a vusté, cada uno de nosotros tiene que pasar por esas mismitas experencias con ellos, no tengo permitido contárselo por el voto de silencio que hice, y porque si lo hago, mi don se esfuma y quien pierde es la comuna, vusté me entiende no! También corro el riesgo de que la magia de los encantos me atrape y desaparezca por siempre de estas tierras, aunque a eso ya no le temo, porque ya los conozco bien. 

De todo eso se enteró Ufrasio, y en su conjunto lo asimiló.