jueves, 26 de abril de 2012

El Cuatro Venezolano (3/3)



La matemática del Cuatro (3/3)

Como es bien conocido, la distancia de separación entre dos trastes consecutivos disminuye desde el clavijero hacia el orificio de la caja de resonancia; el primer par de trastes del extremo superior del diapasón está más separado y el último par de su extremo interior, está más pegado.

      Los luthieres tienen la habilidad y el conocimiento artesanal para colocar los trastes sobre el diapasón del Cuatro criollo que fabrican con admirable precisión; los físicos manejan modelos matemáticos sencillos para establecer la posición de cada traste. Para un estudio completo de las vibraciones de las cuerdas tendríamos que partir de las leyes de Newton, aplicarlas a un caso particular como la cuerda en vibración y formular la ecuación de ondas con su respectiva solución; extremos fijos, son las denominadas condiciones de frontera para la cuerda, en este caso. A partir de aquí se deduce que la relación entre la frecuencia de vibración de la cuerda, su tensión T y su masa por unidad de longitud μ, es la obtenida en la primera parte de La física del Cuatro (para ahondar en el tema se sugiere revisar Física Interdisciplinaria: Las Ondas en este Blog). Cuando la cuerda al aire (sin ser pisada) está afinada a la nota musical que le corresponde, mantiene constante su tensión y masa; a medida que se pisan los trastes, se disminuye su longitud. Luego podemos afirmar para la cuerda libre, que

 

martes, 10 de abril de 2012

El Cuatro Venezolano (2/3)

La física del cuatro (2/3)

Cuando las cuerdas del cuatro vibran, se excita los modos fundamentales y todo el conjunto de armónicos, cuyas frecuencias son múltiplos enteros del correspondiente primer modo, como se mencionó en la primera parte de este artículo. Tales vibraciones provocan compresiones y expansiones del aire que viajan con la velocidad del sonido y llegan a nuestros oídos o sensores (mecánicos, electrónicos, etc.). Además, las vibraciones de las cuerdas son transmitidas a toda la estructura de madera del cuatro, así como al aire contenido en el interior de la caja de resonancia. Esta caja tiene forma ovalada con una estrecha cintura a la mitad que la divide en dos cavidades intercomunicadas con diferentes volúmenes. A través de la abertura que posee, las vibraciones de las cuerdas excitan los diferentes modos de vibración del aire contenido en su interior y el sonido incrementa su intensidad (ver Física Interdisciplinaria: Las Ondas para una descripción más completa de estos procesos); se dice entonces que el aire de la cavidad resuena con las vibraciones de las cuerdas. Así, en primera aproximación, las notas graves (menor frecuencia) excitan el volumen de aire contenido en la cavidad mayor y las agudas (mayor frecuencia), al aire de la cavidad pequeña; aunque, en realidad la cosa es más complicada.

miércoles, 21 de marzo de 2012

El Cuatro Venezolano (1/3)




La física del Cuatro (1/3)


Segunda y tercera parte en:

Nuestro Cuatro está constituido por cuatro cuerdas de igual longitud y diferentes diámetros, montadas en un largo diapasón que termina en un clavijero cuya función es tensarlas según la nota emitida y que se extienden desde el puente hasta la cejuela por encima de una serie de divisiones conocidas como trastes.  Además tiene una caja de resonancia con embocadura en la tapa superior. Las cuerdas se afinan a una nota fija como se indica en la tabla de abajo, que pulsadas de arriba abajo emite el conocido “cam bur pin tón”. La longitud de las cuerdas se varía, presionándolas con los dedos en los trastes durante la ejecución de melodías.

martes, 20 de marzo de 2012

La Interdisciplinariedad en la Enseñanza de las Ondas






La Interdisciplinariedad 
en la 
Enseñanza de la Ondas

El término interdisciplinariedad fue propuesto por el sociólogo Luis Wirtz a partir de algunos intentos previos, donde se hace referencia a los “cruces de disciplinas” y las “demolición de las fronteras disciplinarias”. Como su nombre lo indica, la interdisciplinariedad es la interrelación entre disciplinas establecidas para compartir objetivos, contenidos, métodos y metodologías entre sí, propios de cada una. En sí misma, es el retorno al estudio de la complejidad de los procesos; trata de cómo engranar aquellos saberes simplificados y desmembrados en disciplinas, para una compresión  más amplia de la realidad. La interdisciplinariedad se puede integrar a la práctica pedagógica a partir de la formulación de un marco referencial (Arder-Egg, E., 1994) en una Unidad Didáctica, que permita integrar, organizar y articular aspectos fragmentarios y aparentemente inconexos que aparecen disgregados en las diferentes disciplinas del currículo escolar. Otros autores (como Heliosa Luck, 1994) conciben una Pedagogía Interdisciplinar fundamentada en un proceso de integración entre educadores que permita superar la atomización curricular mediante la interacción entre las diferentes disciplinas que se enseñan en educación secundaria, para lograr que los educandos interpreten globalmente su realidad actual.

En particular, el tema del Movimiento Ondulatorio es pertinente para este ejercicio de interrelación de la Física con otras disciplinas como la Matemática, la Música, la Biología y la Educación Física.

La influencia de las ondas se manifiesta, tanto en la diversidad de fenómenos naturales observables, como en las aplicaciones tecnológicas más sofisticadas. Desde el punto de vista tecnológico, podemos señalar las comunicaciones mediante telefonía celular, las emisiones y recepciones de ondas de radio en AM y FM, las aplicaciones en Medicina de las ondas ultrasónicas en las ecografías, y las endoscopias de uso generalizado en cirugías no traumáticas hechas con luz visible. Por otra parte, el conocimiento que se tiene de cómo se generan y propagan las grandes marejadas y los devastadores tsunamis, se fundamenta también en el estudio de las ondas superficiales en el agua. Por igual, la música.


La escala musical y su origen



Se remonta a los griegos el estudio cuantitativo de la primera escala musical cuando, al  relacionar entre sí los sonidos emitidos por un instrumento de una sola cuerda montada en una caja de resonancia conocido como monocordio, descubren los intervalos musicales (diferencia de tonos), al variar su longitud mediante el desplazamiento de una cuña móvil. Fue Pitágoras (580-520 A.C.) quien se dio cuenta de la relación existente entre la longitud de la cuerda tensada y el conjunto de notas que emite, al pulsarla en diferentes puntos; de que existe una armonía en la música, que depende a su vez de cómo se tensen y de qué tan larga sea la cuerda (ver figura 30). 




Fig. 30 Dibujo de Pitágoras experimentando con las cuerdas.


          Esta armonía surge de la adaptación evolutiva de nuestro oído a la diversidad de sonidos emitidos por los objetos en la naturaleza. Cualquier objeto cuando vibra, lo hace con su modo fundamental y con un conjunto de armónicos cuyas frecuencias de vibración son múltiplos enteros o semi enteros de la frecuencia fundamental. En consecuencia, nuestro cerebro ha evolucionado en forma tal que, aquellos sonidos que guarden una relación de frecuencia en forma de proporción simple (2/1, 3/2, 4/3…), los reconoce como sonidos consonantes y producen una sensación armoniosa y agradable al escucharlos. De esto se dio cuenta Pitágoras y por lo tanto, procedió a establecer la primera escala musical.

A partir de un minucioso estudio, Pitágoras determina que la cuerda tensada de cierta longitud (L) emite un sonido cuya sensación auditiva es exactamente igual al generado cuando se pulsa su mitad (L/2), pero con un tono más agudo de frecuencia doble; hoy en día, se conoce como la octava (L/2) de la nota inicial denominada tónica (L).  Luego, la dividió en tres partes iguales y pulsó dos tercios (2L/3) de la misma, encontrando que la cuerda emitía un sonido consonante, armonioso, es decir agradable al oído y que su frecuencia era 3/2 veces mayor que la frecuencia de la tónica; este intervalo se conoce como la quinta.  La dividió en cuatro partes iguales y pulsó tres cuartas (3L/4) partes de su longitud, encontrando que la frecuencia de la nota era 4/3 mayor que la frecuencia de la tónica; este intervalo se denomina la cuarta. Procediendo de manera similar se obtienen los demás intervalos que se muestran en la primera columna a la izquierda de la tabla 1. En particular, para una cuerda de longitud L, el segundo intervalo se obtiene pulsando la cuerda a 2/3 de la longitud de la quinta la cual es igual a 2/3 L; es decir, a (2/3). (2/3) L = 4/9 L; como la frecuencia de la nota que da este trozo de cuerda es 9/4 f = 2,25 f y superior  a 2 f, es necesario elegir una cuerda que sea el doble de 4/9 L, es decir de longitud 8/9 L; de modo que al ser pulsada emita un tono entre f y 2f y su frecuencia será de 9/8 f = 1,125 f. En forma análoga se procede con los demás intervalos para obtener las notas musicales y completar así las siete que se conocen: Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si. Por otra parte, si se elige como tónica la nota Do4 cuya frecuencia es de 261,63 Hz se puede calcular la frecuencia de cada nota como se indica en la columna número cinco de la misma tabla.

Tabla 1 Intervalos musicales para una cuerda de longitud afinada con la nota     Do4 (C4) =  261,63 Hz.



La escala, establecida mediante este procedimiento se conoce como Escala Natural y fue obtenida a partir del tercer armónico de la frecuencia de la Tónica; es decir, la Tónica de frecuencia f se multiplicó por 3 para obtener 3f, pero como este valor es superior a 2f se debe dividir por 2 para que esté comprendido en el rango de la octava y obtener la quinta. Para las demás notas se procede como se describió antes. Por otra parte, en la columna 4 se calculó razón entre la frecuencia de la nota y la que le precede; así que las notas que guardan una relación de 9/8 están separadas un tono y las relacionadas por 256/243 están separadas medio tono o un semitono. Por consiguiente, la escala natural está estructurada por 5 tonos y 2 semitonos; aunque, para este caso, estos dos semitonos no son exactamente la mitad de un tono. Para solventar este problema se inventó la Escala Temperada, constituida por 12 semitonos (7 tonos y 5 semitonos) separados regularmente en cada octava; en el piano, los tonos son las teclas blancas y los semitonos las negras.

La tabla 2 muestra las notas musicales de las ocho octavas del piano según la escala temperada. Cada tecla tiene marcado el nombre de la nota que emite cuando se pulsa. Las blancas tienen marcada su correspondiente frecuencia en la fila inferior de números; y la frecuencia de las negras aparecen en la fila superior. La relación de frecuencia de una nota y la anterior en esta escala es igual a   21/12 = 1,0595..., lo que corresponde a medio tono.

                                 Tabla 2


Esta escala tiene por referencia la nota La4 (A4) con frecuencia de 440 Hz. A partir de la cual se construyen el resto de notas por encima o debajo de este valor. Así por ejemplo, para obtener la frecuencia de la nota Si4 (B4)  se multiplica 440 por  21/12  y se obtiene 466,16 Hz, valor de frecuencia del sostenido, el cual se denota así: Si#4 (B#4). Para obtener la siguiente nota, es decir el Do5 (C5) se procede de la misma forma: 21/12 21/12 440 = 493,8. 

 En la Tabla 3 se muestra las doce notas calculadas de esta manera.

Tabla 3 Las doce notas de la Escala Temperada 
(Cuarta octava)



Con el siguiente applet realizado con GeoGebra se puede escuchar las siete notas musicales de la Escala Temperada de una octava particular.



GeoGebra Hoja Dinámica

Este es un Applet de Java creado con GeoGebra desde www.geogebra.org – Java no parece estar instalado Java en el equipo. Se aconseja dirigirse a www.java.com
Orlando Escalona, 13 Marzo 2014, Creado con GeoGebra


El siguiente video de la NASA sobre Los Sonidos del Espacio Interestelar muestra cómo en el Universo se producen situaciones con ondas generadas en plasmas interestelares, que tienen similitud con el comportamiento de las ondas sonoras en ambientes terrestres. Se puede activar el traductor en español con el botón configuración del cintillo inferior.




Ver en: https://www.youtube.com/watch?v=jgQ9THRckJ0#t=12

jueves, 15 de marzo de 2012

Opinión de Alicia


Opinión de Alicia Mora Cardozo, apreciada Profesora amiga

Luego  de leer  y disfrutar tus alicientes artículos que conmemoran una época muy feliz, llego hasta ti, para saludarte con un expresivo abrazo, deseándote LO MEJOR…Te escribo colmada de alegría, con el fin de expresarte lo interesante que me han parecido los textos, pues considero múltiples las razones para valorar y reconocer las posibilidades de aprendizaje que nos brindan los juegos tradicionales, los cuales  vale la pena mantener vivos, no sólo por el recuerdo agradable que nos trae, sino también porque a través de los mismos podemos transmitir características, valores, formas de vida, tradiciones de diferentes zonas, según la cultura y región. Aspectos necesarios, dentro del ámbito educativo institucional, que sin exigencias de  grandes recursos, permite crear ligamientos que acercan posturas y favorecen la comprensión y el entendimiento de  numerosos objetivos, permitiendo ahondar y refrescar la memoria lúdica de las  generaciones, frente a la apabullante y abrasante tecnología.

Por todas estas razones, considero interesante el desafío de fomentar, favorecer y apoyar el juego activo, participativo, comunicativo y relacional, frente a una cultura de “avanzada” que estimula la pasividad, receptividad consumista.

Mantener vivos los juegos tradicionales, no es un grito de añoranza al pasado que no vuelve, es más bien un ahondar y profundizar en nuestras raíces y poder comprender mejor nuestro presente, una manera extraordinaria para un nuevo enfoque de asignaturas del aprendizaje, donde el estudiante aprende haciendo, desarrollando sus habilidades y destrezas a la vez que adquiere principios, leyes y conceptos.    
           
Dicho de otra manera, tendríamos una estrategia que captaría, divertiría y atraparía a los estudiantes en el conocimiento. Además déjame decirte que igual me encantó tu estilo de escritura, muy claro, ameno, con abundantes descripciones y relatos reales, acogedores.

Un abrazo! Alice

domingo, 19 de febrero de 2012

Volantines, papagayos y cometas


Desafío de alturas y ventiscas 
con 
volantines, papagayos y cometas 


Como de costumbre, al culminar el periodo escolar los multicolores y vivaces volantines surcaban los cielos del pueblo, desafiando la altura del tubo de la Indulac para anunciar el descanso vacacional. El ingenio infantil aseguraba la sana diversión con los materiales más cotidianos para construir tales artilugios aerodinámico; la caña brava y la palma real eran la materia prima de las varillas de la estructura, el papel periódico o de envolver alimentos en los “gatos” reemplazaban al papel seda, la miel de la pepa de caujaro al pegamento de almidón; eran imprescindible, el rabo de trapo viejo para el equilibrio y el noble hilo Elefante número ocho por su probada fortaleza en soportar fuertes ventiscas. En caso de extrema carencia o por el simple apremio, una singular hoja de papel doblada a lo largo de los bordes con su frenillo en v, del cuaderno que se dejó de usar ese año, igualmente ascendía los cielos bajo la mirada atónita de la muchachada. También hice mis propios volantines, con todos esos los materiales y papel seda con engrudo de almidón. Adquirí cierta destreza en el manejo de su clásica geometría hexagonal y romboidea; para el amarre de las dos varillas cruzadas en cruz de San Andrés, más el tercer travesaño horizontal para agregar dos puntas adicionales hasta formar la figura hexagonal; requería de un buen amarre central que asegurara bien las tres varillas para luego lanzar hilos desde las puntas y formar los lados; al cubrir la estructura, era imprescindible cortar y pegar el papel con caujaro fresco recién tomado de la mata, sobre el piso de cemento para que no se ensuciara; dejarlo secar al sol una hora para deshidratar el pegamento y disminuir su peso; tender el frenillo con dos hilos desde las puntas superiores y otro desde el centro para amarrarlos luego, simétricamente; colocar un hilo en v para el soporte del rabo de tela vieja liviana en la parte inferior. Al final, cruzar los dedos para que el viento soplando se mantuviera y levantar pudiera tan alto como el hilo diera, la obra producto de la destreza infantil de ese hermoso e inolvidable día. No era conveniente elevarlo corriendo porque “se ponía correlón” y aunque el viento fuera intenso, después no ascendía, argumentaban los muchachos. Había que esperar una brisa fuerte para verlo ascender con prontitud; en ese instante el volantín cobraba vida propia y se quería independizar de su dueño; pedía hilo y había que soltárselo poco a poco para que ascendiera más y más a los altos cielos; pretendía penetrar en las blancas nubes para sentir sus húmedas gotas cristalinas, pero los hilos no alcanzaban; se podía observar su incesante jugueteo con la brisa y sentir sus ráfagas con los golpes de tensión del hilo sobre la mano; había que domarlo con precisos movimientos del brazo y comandarlo hacia donde uno quería que se posicionara. Ya en lo alto, impulsado por el viento, se podían enviar mensajes portadores del secreto del deseo de ese día, con arandelas de papel a lo largo del hilo; o poner a prueba la cola con su carga de hojillas de afeitar para guerrear con otros preparados para las mismas lidias. Al menguar el viento, empezaba la recogida rápida del hilo antes de que cayera por su propio peso; algunas veces no daba tiempo de enrollarlo en su carreto y se formaba la indescifrable enredina con nudos por doquier, si no se sabía distribuir apropiadamente a medida que caía al piso; en cuyo caso el corte y el posterior amarre era la mejor solución para recuperarlo. Al bajarlo, quedaba la satisfacción de haber construido, elevado y sorteado las dificultades del viento y la esperanza de un nuevo amanecer para emprender otra vez la faena y superar los retos pendientes del día anterior. Algunas veces, el hilo no soportaba la tensión generada por los vientos y cedía; más temprano que tarde, se emprendía el correteo de la muchachada con la vista levantada para precisar su caída a varias calles de la nuestra, rogando que no quedara ensartado en la rama de un árbol, cable de electricidad o que otro pequeño lo recogiera primero y resguardara en su colección privada.

En Carorita presencié y disfruté de los volantines construidos por Pedrito; no eran las tradicionales figuras planas del diamante y el hexágono, sino sólidos geométricos tridimensionales sin rabos, con mucha estabilidad y de construcción más laboriosa; me correspondía sostenerlo mientras él lo elevaba con soltura y precisión de aeronáutico experimentado. Con esos diseños ya mostraba su gusto por el dibujo y el dominio del espacio.  Nunca los pude construir en la calle El Tubo.

Con seguridad, el por qué del vuelo de los volantines estuvo rondando nuestras inquietas mentes infantiles. Hoy podemos afirmar que el volantín vuela gracias al impulso del viento al golpear su superficie. El aire al incidir en el borde superior de ataque se divide en dos: una parte se mueve por la superficie superior con mayor velocidad y otra por la inferior más lentamente; el decir de los físicos es que “mientras mayor sea la velocidad, menor es la presión que ejerce el aire en movimiento sobre la superficie”; en consecuencia, la presión por arriba es menor que por debajo y aparece una fuerza ascensional que lo empuja hacia arriba superando bastante en magnitud al peso. Se requiere de otra fuerza que lo sostenga, ésta la ejerce el hilo con la tensión. No obstante, si el volantín carece de  estabilidad no vuela; ésta se logra con el adecuado posicionamiento  del frenillo y el rabo, en caso de que lo tenga.

Sin saberlo, estos juguetes me iniciaron en el mundo de la ciencia. Es indudable, cómo la experimentación desde los primeros años de infancia y la construcción de conocimiento significativo mediante el autoaprendizaje, logra definir vocaciones.

sábado, 18 de febrero de 2012

Metras o canicas


Metras o canicas 
que 
preservan energía y algo más 

El juego de metras, trompos y volantines, asimismo,  estuvo presente en mis entretenimientos infantiles. Las metras con todas sus modalidades y variantes del redondel de la “troya” me enfrentaron con los procesos de conservación de energía y  cantidad de movimiento en choques mecánicos; pude apreciar los choques frontales entre dos metras iguales y cómo la quieta salía disparada y la del movimiento se quedaba clavada en el sitio de la primera, con transferencia total de energía y momento  de una a la otra; cómo, dependiendo del ángulo de choque, se podían sacar simultáneamente dos de la troya. Aprendí a escoger el “mate”, completamente esférico y adecuado para jugadas precisas y efectivas; a jugar “uñita” con el pulgar montado en el índice y los demás dedos extendidos en la arena en función de soporte y guía, dispuestos a propinar un fuerte disparo con el índice, avalado en la tensión elástica infantil que permitían los tendones de los dedos; o a utilizar la técnica del “chopo” para darle mayor impulso con el pulgar montado en el índice, con los nudos de los dedos hacia abajo, apoyados o no en el piso; a lanzarla a la raya o la troya con retruque, dándole un fuerte giro con los dedos para que cayera cerca del círculo; a conocer las irregularidades, desniveles y sectores curvos y planos del terreno donde jugábamos para predecir la trayectoria, el recorrido y la detención de la metra en el sitio requerido; a tolerar el incremento de la fricción en la superficie de la metra por la humedad del terreno en tiempo lluvioso y añorar la mejor cancha arenosa de la calle cuando la mamá de “Enga” nos corría de su frente cansada de la algarabía infantil. En una de esas exhibiciones e intercambios de habilidades con las pequeñas esféricas, una penetró por el hueco de la planta del zapato raído de goma que calzaba para tales faenas infantiles; no sé, sí por inocencia o picardía, pero adentro se quedó y del ruedo desapareció. Varias veces puse en práctica esta artimaña cuando estaba quedando “rupiao”, hasta que se dieron cuentas mis compañeros de juego y por un tiempo me impidieron compartir con ellos. En una oportunidad presencié cómo Argenis, uno de los jugadores eventuales más experimentados, de fuertes manos con pulgares fortalecidos con el trabajo de albañilería, de un solo “chopazo” partió una metra en dos; la noticia corrió por la calle El Tubo y a partir de tan inesperado y sorpresivo evento, ninguno de nosotros se quería exponer a perder su mate con tal fenómeno de las metras. Jugando, logré coleccionar  medio pote grande de leche Reina del Campo con metras de vidrio con vistosas hojuelas incrustadas; de balines de rolineras de los artilugios mecánicos que botaban en el basurero de la Indulac y que dependiendo del tamaño eran equivalentes a cinco o diez metras normales y nuevas; de bolones de cristal, con equivalencia de cinco o dos de las pequeñas dependiendo de si estaban reluciente,  porosos o con rayones. El medio pote no me duró mucho; el desacato de una obligación por el juego, hizo que Mamá lo lanzara al barrial del solar vecino donde era imposible rescatarlas. Varias noches soñé ingeniando infructuosas formas de desenterrar las metras del lodazal.

Trompo girador 
para 
resguardar momentum

El trompo de madera secundaba como pasatiempo en la calle El Tubo durante la temporada de Semana Santa. Como dispositivo lúdico llamó siempre mi atención, era mágico su funcionamiento; sin dar vuelta no se podía mantener erguido, vertical; bastaba ponerlo a girar rápido con el cordel para verlo parado sobre la punta, que zumbara como un cigarrón, que se deslizara por el piso dejándolo marcado con trazas de su danzar sobre la arena, y poco a poco disminuyera su velocidad hasta cabecear y caer. En cierta oportunidad intenté fabricar uno con un trozo de madera pero fue improductivo mi trabajo, no bailó. Desconocía un principio de simetría axial que se debía respetar para impedir su corcoveo: la masa debería estar uniformemente distribuida alrededor de su eje para darle la adecuada alineación, como se hace con las ruedas de los carros; en consecuencia, se requería de madera lo más homogénea posible. Mucho después me enteré de cómo funciona; parado verticalmente sobre su punta en el piso sin girar, está sometido a dos fuerza equilibradas: una, su propio peso y la otra la reacción del piso sobre la púa; en esta condición su propio peso lo tumba por el torque que le aplica. Pero, parado, girando, tiene algo que los físicos llaman momento angular y que lo mantiene en tal estado mecánico; a medida que rota, el roce con el aire y el de la punta con el suelo disminuye su velocidad y momento angular; es cuando entonces se hace apreciable la variación del momento angular y el torque de su propio peso lo hace cabecear, es decir, precesar hasta caer. Del baile del tropo dominé lo más elemental acorde a mi edad, pero presencié cómo otros amigos lo agarraban bailando en el aire con la palma de la mano y lo pasaban a la uña del pulgar, o pasando el cordel doblado alrededor de la punta le daban un impulso hacia arriba para agarrarlo en el aire y posarlo con elegancia en la palma de la mano. Durante las competencias perdí varios trompos; recuerdo uno recién comprado, que con otro de punta larga bien afilada, de un preciso clavao, me lo convirtieron en dos tapas. Por los cuentos de historieta del simpático, travieso y noble negrito mexicano Memín Pinguín me enteré que también le decían peonza y a las metras, canicas.

viernes, 17 de febrero de 2012

El Trompo de Madera




Capítulo inédito de:

El Trompo de Madera

Autor: Orlando B. Escalona T.

Donde el autor describe los juegos infantiles tradicionales de su época. 

Los juguetes

El tubo reemplazó mis columpios de Mene Grande; aprendí a caminar descalzo en su lomo para minimizar las caídas; me di cuenta de la necesidad de levantar ambos brazos en cruz para lograr y conservar el equilibrio. Elogiaba con asombro las peripecias de mi amigo “Guillermo Morales”, experto en encaramarse de un salto, para caminar y correr por el tubo como el mejor malabarista de circo. Fue necesario la práctica mesurada en su parte baja para adquirir cierta destreza y la confianza necesaria para aventurarme luego en alcanzar y traspasar el sector más profundo del cenagal, hasta llegar cerca de la fábrica láctea Indulac. En esa época eran contados los bombillos que iluminaban la calle; el Señor Guillo, vecino del frente, nos surtía de electricidad en calidad de alquiler para iluminar el interior del rancho con un solo bombillo, con la condición de apagarlo temprano; el presupuesto de papá no daba para pagar dos; el resto de vecinos de la calle hacía lo mismo. En consecuencia, la calle El Tubo muy temprano quedaba en tinieblas y me servía para el deleite del cielo nocturno del pueblo; me acostaba boca arriba y así permanecía largos ratos contemplando la infinitud de la bóveda celeste con sus incrustaciones titilantes; quizás esto definió en parte mi profesión futura.

No tuve juguetes comerciales, sin embargo como el juego era parte fundamental de mi existencia de infante, algunos tuve que diseñarlos y construirlos a mi manera. Así que, los potes vacíos de leche Reina del Campo con sus respectivas tapas, constituyeron mis primeros equipos de juego; los rellenaba de arena, metía un alambre galvanizado por orificios perforado en el centro de la base y la tapa, y los arrastraba con una cabuya por los caminitos que previamente había hecho en el patio del rancho; también los conectaba entre sí con alambres hasta formar baterías de tres o cuatro y los arrastraba por los senderos prediseñados; la arena en su interior los hacía más pesado y podían rozar con el piso y rodar con facilidad sin deslizamiento. También ponía en el enlosado del rancho, varios acostados en fila, uno paralelo al otro, y les colocaba encima una tabla larga donde me montaba para deslizarme, gracias a un fuerte impulso logrado con las manos. Una navidad hice un agujero en la base de un pote de leche y coloqué en el fondo un poquito de carburo para madurar plátanos; le lancé un escupitajo de saliva y cerré rápidamente el pote; a continuación, acerqué al orificio del pote un fósforo encendido, amarrado en el extremo de una vara larga para no quemarme; el retumbe de la explosión fue equivalente a un triquitraque cuando el hidrógeno desprendido de la reacción entró en combustión con la llama; Mamá al darse cuenta de mi primer experimento de química, me prohibió repetirlo.

          Igualmente, las tapas de los potes de leche sirvieron de ruedas a mis primeros carritos hechos con tablas del basurero de la fábrica. Las tapas metálicas de las latas de mantequilla con forma de disco perfecto, circulares y planas, que desechaban en el basurero, se convirtieron también en elementos del juego de lanzamientos de platillos volantes; en tal sentido, se le hacían dos suaves dobleces con las manos para preparar su aerodinámica antes de lanzarlas por los aires; se arrojaban horizontalmente imprimiéndole un fuerte giro; el reto era, conseguir que planearan con vuelo horizontal para lograr grandes desplazamientos curvos  por encima y lejos del cenagal. Asimismo las usábamos como reflectores de la luz solar en pleno mediodía para enviar pulsos de señales luminosas de un sitio a otro, aprovechando sus superficies metálicas especulares. No faltaron las desagradables cortaduras en los dedos con sus afilados bordes.

El rin de bicicleta rodando sobre el piso bajo la batuta de la varita de madera para garantizar su equilibrio, formó parte de nuestras competencias en la calle; al igual que los runches de chapas de refrescos con bordes afilados para el corte efectivo durante las contiendas o los cien ensartes consecutivos con emboques o perinolas de madera; no faltó, el carrito de cuerda hecho con “carreto” de madera, liga elástica y el taco de vela de alumbrar, ascendiendo por senderos infranqueables del imaginario infantil; tampoco, la potencia elástica de la onda con la horqueta de palo de limonero y caucho de tripa de bicicleta, para revolotear con piedras las bandadas guainies o zamuritos por los camellones de los caseríos y los terrenos baldíos aledaños al pueblo. La actividad de coleccionar objetos, por igual nos entretuvo en nuestras infancias; cuando llegó la moda de coleccionar papel de cajetillas de cigarro de diferentes marcas, éstas desaparecieron de las calles del pueblo y no se conseguían “ni pa` remedio”. Se desdoblaba la cajetilla y se extendía con cuidado para alisarla con la mano; luego se le hacía un pequeño doblez a lo largo por ambos lados, se plegaba por la mitad y agrupaba con la paca de la incipiente o ya robusta colección. La forma de conseguirlas era a través del intercambio con otros muchachos, mediante las apuestas en los juegos de carta, trompo y metra, o gracias a la generosa donación de un conocido fumador de quien se estaba pendiente hasta que soltara la caja vacía; durante la espera era común la pregunta “¿Cuántos te faltan?, vai chico, apurále, fumátelos”. El común, de menor valor, era el Fortuna y el más cotizado el Vicerroy. 

miércoles, 30 de noviembre de 2011

La pelota


La pelota



La pelota, bola elástica que se usa para jugar, es y será el juguete infantil por excelencia. Su capacidad única de rodar y rebotar ha permitido la estructuración de muchos juegos, como los de béisbol, fútbol, tenis, pimpón, entre otros. Las utilizadas en los juegos rebotan con facilidad. Por ejemplo, las de fútbol se fabrican con cuero y se inflan con aire a presión superior a la atmosférica para darles la tensión adecuada para el rebote; la forma esférica característica se logra con la unión de 12 pentágonos regulares rodeados por 20 hexágonos, como la que adopta la molécula de Fullerenos. Varios procesos y leyes físicas  se pueden mostrar con la pelota.
Algunos se señalan a continuación.

martes, 29 de noviembre de 2011

El yoyo


El yoyo
Su matemática

  
El yoyo o yoyó es uno de los juguetes de mayor popularidad a nivel mundial. Se cree que fue inventado en tiempos de la China milenaria. La figura de arriba, reporte de excavaciones arqueológicas, establece la evidencia de que hace 2.500 años también formó parte del entretenimiento del pueblo griego.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El runche llanero


El runche llanero 

furruco oriental


La necesidad es madre de la creatividad. En lugares recónditos de nuestros llanos venezolanos, la ausencia de juguetes tecnológicos de última generación estimula la inventiva popular para satisfacer la necesidad del juego infantil. De este hecho me pude dar cuenta cuando, en el Liceo Bolivariano Nicolás Antonio Pulido de Sabaneta, estado Barinas, tuve la oportunidad de apreciar este singular juguete elaborado por una docente y según, es de uso cotidiano entre los niños de las zonas rurales donde se cultiva el frondoso árbol de mango que produce jugosas frutas del mismo nombre. También en algunos municipios del estado Delta Amacuro se construye este singular juguete autóctono para la diversión de la chiquillada con el nombre de furruco. En otras regiones de nuestro país se conoce como guarandinga, terere, tiraboquete o gurrumango.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Runche, gurrufío o chajalele



INVITACIÓN 

Apreciado usuario visitante, uno de nosotros, autores de este Blog, está participando en el concurso de
Microrrelatos Científicos 2019 de la
Fundación Aquae

Si te place este género literario, te invitamos a leer los siguientes micro cuentos y VOTAR a FAVOR, si fueron de tu agrado.


La Gota y el Diamante
de
Orlando Escalona




El Bosón Extraviado 
de
Orlando Escalona










Runche, gurrufío, zumbón o chajalele




Con su melódico ritmo, Serenata Guayanesa nos invita a jugar con “Si queréis jugar, mirá, saca el gurrufío. Dale vuelta a la cabuya, que ya tengo listo el mío…” (https://www.youtube.com/watch?v=_Wu0-Pzg2h4). El runche, tal como se le conoce en los Andes, o gurrufío, en la región central y oriental, forma parte de la notable colección de juguetes tradicionales de nuestro país.  Es el chajalele de Guatemala, el zumbador de Colombia,  el run-run de Chile o el zun-zun de Ecuador. Este peculiar dispositivo lúdico consiste de un disco giratorio con dos orificios a través de los cuales se pasan dos cuerdas.